Escribe Juan Rivadeneyra, Director de Marco Regulatorio de Claro
Comprar un reloj, firmar un contrato o realizar un pago con dinero físico, son de aquellas acciones cotidianas que aun suele motivar a algunos (por costumbre o desconfianza) a contar con una constancia física que demuestre “legalmente” que la transacción se realizó.
No son pocos aún los que intranquilizan si no conservan en su poder el “papelito” que prueba el pago o la compra.
A mayor valor del reloj comprado o mayor sea el monto a transferir, mayor será el énfasis en la prueba física que solemos requerir. Así, hemos engrosado de manera galopante el mundo de los átomos con más papeles, recibos, facturas, escrituras, registros físicos, vouchers bancarios impresos, etc.
Fuera del impacto ambiental que la proliferación de papeles genera, en la última década venimos experimentando, -a la par del vertiginoso desarrollo tecnológico y aumento de la conectividad gracias a la telefonía móvil-, un cambio en las conductas tradicionales (del mundo analógico), que cada vez más se van moviendo e incorporando al mundo digital. Poco a poco se va perdiendo el miedo a introducir el número de la tarjeta de crédito en la web.
Una vez efectuada una primera compra en línea, cambia la percepción del usuario, se advierten las ventajas de contratar en el entorno digital y se genera la confianza para repetir en lo sucesivo la experiencia.
Se gana -para bien- un nuevo usuario en el mundo digital y se pierde uno en el mundo analógico.
Según la Agencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) al 2015 el mercado del comercio electrónico mundial tenía tasas de crecimiento que superaba el 15% anual. Por su parte, compañías bandera del comercio electrónico mundial como Amazon, al 2016, ya había registrado más de 310 millones de cuentas activas de usuarios registrados, con un volumen total de ingresos en ese mismo año de algo más de 135 billones de dólares. Bien lo había anticipado Nicholas Negroponte hace 20 años atrás en su libro “Being Digital”, cuando sentenció acertadamente que el gran desafío de estos tiempos era el de ser o no digital.
Por cierto, dentro del marco de estas cifras, resulta relevante mencionar que el volumen de transacciones de comercio electrónico efectuadas desde un smartphone viene en aumento año tras año.
Según reportes del Statistics Portal, a la fecha un 35% del total de las operaciones de comercio electrónico en el mundo se hacen desde un smartphone y al 2021 se proyecta que esa cifra aumente hasta un 54%.
La telefonía móvil pues juega y jugará un papel fundamental en la adopción de la digitalización en el mundo.
En este contexto de inmersión acelerada al mundo digital, hace algunos años se empezó a desarrollar lo que hoy se conoce como Blockchain (y que últimamente se viene mencionando de manera frecuente en diversos medios) con interesantes ventajas operativas y legales, entre otras aplicaciones en diversos campos.